lunes, septiembre 25, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (16): La victoria final sobre la izquierda

 La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado

Hay que reconocer, además, que Stalin fue muy hábil, por mucho que su audiencia estuviera entregada, que lo estaba, para volver las cosas a su favor. Reconoció sin ambages que Lenin había recomendado sustituirle en la secretaría general a causa de su rudeza (otra mentira, porque no era sólo por eso). Pero añadió: “Sí, soy rudo; soy rudo con todos aquéllos que quieren romper traicioneramente el Partido. Nunca lo he ocultado y no lo voy a hacer ahora. Puede que hubiera que desplegar alguna gentileza hacia estas personas. Pero yo no soy así. En la primera sesión del pleno del Comité Central siguiendo el XIII Congreso, le pedí a dicho pleno que me relevase de mis funciones como secretario general. El congreso debatió esta posibilidad y todos los delegados, incluyendo Trotsky, Kamenev y Zinoviev, aprobaron unánimemente que permaneciese en mi puesto [de hecho, como ya hemos visto, Kamenev se destacó hablando en favor de dicha permanencia] ¿Qué debería hacer: marcharme? Eso no está en mi naturaleza. Nunca he abandonado un trabajo, ni siquiera tengo derecho a hacerlo porque estaría desertando. Un año después, de nuevo le pedí al pleno que me sustituyera y, de nuevo, se me pidió que siguiera. ¿Qué más puedo hacer? No olvidéis que el testamento de Lenin no dice una palabra sobre los errores de Stalin, sólo su rudeza”.

Trotsky escribiría, ya en el exilio, que, tras aquella intervención de Stalin, comenzó a sentir peligro físico sobre su persona. Fue, pues, plenamente consciente de que el secretario general del PCUS había ganado la partida definitivamente sobre él en aquella reunión.

El último discurso de Trotsky como dirigente del Partido se produjo en octubre de 1927. Fue un discurso vibrante, pero mucho menos estructurado que los de Stalin, quien para entonces tenía bastante más claro que él lo que tenía que decir. Por lo demás, sus palabras se vieron muy frecuentemente interrumpidas por gritos de los miembros del Comité Central, insultándolo; esta práctica se haría común en las diferentes purgas estalinistas. En cualquier caso, Lev Davidovitch seguía creyendo en la fuerza de sus teorías y por eso, en un error verdaderamente infantil, se dedicó a hablarle de los males de burocratización del Partido precisamente a los que formaban parte de esa burocracia extractiva dominante. Para poder triunfar, Trotsky hubiera necesitado hacerse un Pedro Sánchez: haberse dedicado a percorrer la URSS, hablándole al ciudadano soviético de a pie, al militante de a pie, y poniéndolo de su lado. Pero ésas son cosas que se pueden hacer en las democracias; y, las cosas como son, el comunismo puede considerarse democrático por un cortacabeza, pero el leninismo, ya, ni de coña.

La división en el seno del comunismo reinante se hizo bastante evidente con ocasión del décimo aniversario de la revolución, día en el que los trotskistas decidieron desfilar por su cuenta, en su propia formación. Querían desfilar cantando eslóganes a favor de recuperar el verdadero testamento de Lenin y contra el burocratismo, además de portar retratos de Trotsky y de Zinoviev; pero Stalin hizo que la policía los dispersase. Para Zinoviev y Trotsky, aquella jornada fue la demostración palpable de que apenas tenían apoyos; y las capacidades de allegarlos eran, asimismo, nulas. Trotsky recorrió Moscú en su coche, tan sólo para experimentar cómo algunas personas apedreaban el vehículo.

Cuando Totsky fue expulsado del Partido, para Zinoviev y Kamenev llegó el momento de pensar en su propio papel en una organización dirigida por Stalin. Ambos decidieron apostar por la reconciliación, que en ese momento les parecía la solución más fácil y desde luego la más aceptable; con lo que, la verdad, demostraban que no conocían a Stalin. Para conseguir dicha reconciliación, trataron de convencer a Trotsky de conducir una confesión pública de sus errores.

Trotsky, por lo demás, fue el primer dirigente soviético que, labrando su desgracia, labró la de toda su familia. La primera mujer de Lev, Alexandra Sokolovskaya, le había dado dos hijas: Zina (Zinaida Lvovna Volkova) y Nina Lvovna, quienes se casaron con dos devotos trotskistas. Trotsky había dejado a esta familia atrás en 1902 cuando su hija pequeña tenía apenas cuatro meses, pero él siempre afirmó que siguieron compartiendo ideología. Las hijas, efectivamente, se beneficiaron del alto papel de su padre tras la revolución; pero también compartirían su castigo.

Trotsky se casó en segundas nupcias con Natalia Ivanovna Sedova, quien le fue tan fiel en el éxito como en el fracaso. Natalia, por lo demás, le había dado dos hijos: Lev Lvovitch Sedov y Sergei Lvovitch Sedov. Lev lo acompañaba siempre y lo acompañó al exilio. Como veremos, diversos de los acusados en las grandes purgas de haberse reunido con Trotsky en el extranjero también lo fueron de haberse visto con Lev; por otra parte, el hijo de Trotsky murió en París, en circunstancias harto extrañas (a ver si os vais a creer que lo del té con polonio es una invención de ahora mismo).

Sergei es otra historia. El más pequeño de los Trotsky dejó la casa familiar cuando su padre todavía vivía en el Kremlin. Se declaró apolítico (era ingeniero). Renunció a ingresar en el Komsomol y se dedicó a la ciencia. Rechazó ir al exilio con su padre. En enero de 1937, Pravda publicó un artículo en el que Sergei Sedov era acusado de envenenar a trabajadores. Efectivamente, un tal Lebedev, capataz de la factoría donde Sergei era ingeniero, lo acusó públicamente de haber provocado una fuga de gas tóxico para matar a un grupo de trabajadores. Para entonces, el ingeniero ya estaba exiliado en Krasnoyarsk; ahora, sin embargo, la cosa fue un paso más allá, pues fue oficialmente declarado enemigo del pueblo. En puridad, la única que sobrevivió a Stalin fue Natalia.

El Politburo, en todo caso, se aplicó en varias ocasiones a decidir qué hacer con Trotsky. El ex dirigente, ya expulsado del Partido, seguía con sus soflamas y sus movidas; por ello, la idea dominante era sacarlo de Moscú lo antes posible. En primer lugar, se decretó que saliese del Kremlin; un movimiento en el que también fueron desplazados Zinoviev, Kamenev, Radek y otros cuadros menores. Como casi siempre en estos casos, en el grupo hubo cuando menos uno que, dándose cuenta del mojo, directamente se quitó la vida; éste fue Adolf Ioffe. Zinoviev y Kamenev, sin embargo, decidieron seguir la línea que le estaban aconsejando a Trotsky, es decir, decidieron que en el siguiente congreso del Partido harían una confesión completa de todas sus “desviaciones”. Pero como Trotsky no les siguiese en la decisión, finalmente el viejo dirigente comunista fue exiliado a Alma-Ata, al sur de Kazajstán. Cuando le fueron a buscar, Trotsky se negó a marcharse por su propio pie, por lo que tuvo que ser acarreado fuera de la casa, dentro del coche y dentro del tren. Los manifestantes trotskistas consiguieron parar el tren. Hubo una batalla campal en la estación, con víctimas por ambas partes.

En Alma-Ata, Trotsky no cedió en su actividad. Se pasaba el día escribiendo cartas y telegramas para literalmente docenas, si no centenares, de destinatarios. Su hijo anotaría que entre abril y octubre de 1928, escribió 800 cartas y 550 telegramas, y que recibió más de 1.000 cartas y 800 telegramas.

Más que probablemente sabiendo todo esto, en enero de 1929 el Politburo decidió, tras muchas discusiones que no fueron fáciles pero que no conocemos en sus detalles, que Trotsky, su mujer Natalia y su hijo Lev, serían exiliados de la URSS a Constantinopla, vía Odesa.

Si echamos un breve vistazo a Gerogia, recordad que allí había quedado como gran referente comunista en Transcaucasia Mamia Orakhelashvili. El jefe de la Cheka georgiana, Lavrentii Beria, inicialmente se llevó bastante bien con él. Pero a finales de los años veinte, su relación se había deteriorado notablemente a causa de la voluntad de Beria de volar por su cuenta. Para entonces Beria, controlando una amplia red de policías secretos, maquinaba contra buena parte de los hombres de poder en su república. Uno de ellos fue Milhail Kakhiani, el primer secretario del Partido en Georgia y decidido partidario de los oposicionistas de izquierda.

En septiembre de 1929, la Comisión Central de Control del Comité Central, que era como una especie de gran comisión de disciplina del Partido y estaba presidida por Ordzhonikidze, decidió enviar una delegación a Georgia para investigar presuntas irregularidades en el Partido. Su llegada provocó mucho nerviosismo, así como un rosario de denuncias y contradenuncias. La comisión comenzó su trabajo en Azerbayán y, muy pronto, acabó con la carrera política del líder comunista local, Levon Isayevitch Mirzoyan. Pero una prueba de que la comisión no estaba teledirigida por Beria es que sus investigaciones fueron a por su viejo camarada Bagirov, quien fue acusado de actuar con excesiva violencia y cesado en su puesto de jefe de la GPU local.

Visto lo visto, Beria decidió ponerse al frente de la manifestación. Le escribió a Ordzhonikidze que dudaba de que la comisión lograse descubrir algo que no hubiese descubierto ya la Cheka georgiana por sí misma. Vino a decir que siempre habían sabido que había mierda, pero que gentes como Orakhelashvili o Néstor Apolonotich Lakoba, otro prominente político azerí, les había puesto palos en las ruedas. Beria terminaba su carta pidiéndose a su amigo y compatriota que le apartase de las labores policiales y que le dejase brillar en algún puesto creativo, “por ejemplo en materia industrial”.

Ordzhonikidze no le hizo caso; pero, en todo caso, una vez más protegió a su amigo de ser castigado o purgado por la Comisión de Control. Es probable que, para entonces, supiese ya que Orakhelashvili tenía los días contados: ese mismo otoño de 1929, Stalin lo echó y lo sustituyó por un bielorruso, Alexander Ivanovitch Krinitsky.

El 21 de diciembre de 1929, Stalin cumplió 50 años. Entonces el culto a la personalidad todavía no se había desarrollado, pero aún así Pravda saludó el hecho con artículos de, entre otros, Voroshilov, Kalinin, Kaganovitch, Ordzhonikidze o Mikoyan. Todavía Stalin no era el compendio de todo bien comunista; pero dicha construcción ya había empezado. En 1925, Molotov había comenzado ya el proyecto de editar sus obras completas (las de Stalin). Aquel mismo año, Kalinin y Yenukidze, como presidente y secretario del Comité Ejecutivo Central de la Unión, propusieron, y aprobaron, que la ciudad, provincia y distrito de Tsaritsyn fuesen renombrados Stalingrado.

A partir de 1927, cuando pudo entender que había prevalecido sobre la oposición de izquierdas, Stalin pudo abandonar su alianza táctica con la derecha bolchevique y comenzar a desplegar su política propia. En diciembre de 1927, en el XI Congreso del Partido, famoso por ser aquél en el que derrotó definitivamente al izquierdismo trotskista, Stalin hizo otra aportación muy famosa. Se refirió a la decisión de Vladimir Lenin de poner a funcionar la NEP, y dijo que aquella tentativa había puesto sobre la mesa un concepto del que luego se hablaría muchísimo en discursos socialistas: kto-kogo, quién-a quién, una expresión que se suele traducir como “quién prevalecerá sobre quién”. La NEP, dijo, introducía la duda de si el capitalismo prevalecería sobre el socialismo, o al revés. En lenguaje de la Fórmula 1: sólo puede quedar uno. Y Stalin tenía muy clara su elección.

El secretario general lo tenía claro; pero también tenía claro que su visión comportaba una nueva interpretación de Lenin, y que eso tendría sus resistencias. No podía, por lo tanto, ir a la velocidad ambicionada, tenía que ser más estratégico. De esta manera, a principios de 1929 desarrolló lo que se conoció como la Línea General.

La Línea General no era sino la constatación de que la URSS se estaba quedando atrás, y que necesitaba equilibrar ese efecto mediante el aceleramiento tanto de la industrialización (centralizada) como de la colectivización en el campo. El Plan Quinquenal que se diseñó en 1928 establecía una marca ambiciosa en la construcción de 1.500 nuevas plantas industriales, para lo cual la URSS necesitaba una gran transferencia de bienes de equipo y tecnología desde los países más desarrollados. Generar los recursos para poder comprar esa tecnología pasaba por incrementar notablemente las exportaciones soviéticas, casi todas procedentes del sector primario. Rusia, sin embargo, había experimentado una gran reducción de su capacidad exportadora en su principal bien: los cereales. En la década de los veinte exportaba la quinta parte de lo vendido en la década anterior, dado que buena parte de las grandes explotaciones de entonces, en manos de terratenientes y kulaks, habían desaparecido o eran gestionadas como el culo.

Stalin concluyó que la principal medida que podía tomar para cambiar esto era controlar al 100% la producción y distribución de grano. Esto suponía sustituir todo mercado libre existente por otro controlado por el Estado. Lo cual era un plan impresionante, pues en 1927, como una consecuencia directa de la NEP, tan sólo trabajaban en granjas colectivas el 1% de los agricultores soviéticos. Stalin quería cambiar esa cifra al 100%.

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